El asesinato del protopadre genera un remordimiento (Reue), que fue el
“resultado de la primitivísima ambivalencia afectiva frente al padre […] una vez satisfecho el odio mediante la agresión, el amor volvió a surgir en el remordimiento consecutivo al hecho, erigiendo al superyó por identificación con el padre, dotándolo del poderío de este, como si con ello quisiera castigar la agresión que se le hiciera sufrir, y estableciendo finalmente las restricciones destinadas a prevenir la repetición del crimen. Y como la tendencia agresiva contra el padre volvió a agitarse en cada generación sucesiva, también se mantuvo el sentimiento de culpabilidad, fortaleciéndose de nuevo con cada una de las agresiones contenidas y transferidas al superyó. Creo que por fin comprendemos claramente dos cosas: la participación del amor en la génesis de la conciencia [moral] y el carácter fatalmente inevitable del sentimiento de culpabilidad […] este sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia, de la eterna lucha entre el Eros y el instinto de muerte”.