Finalmente, he sabido lo que sucede entre marido y mujer cuando están juntos en la cama.
Mi hermano José vino y me dijo que había oído decir que había estado preguntando a los sirvientes acerca de lo que me iba a suceder la noche de bodas.
—Preguntar esas cosas a los sirvientes no es lo más apropiado —dijo—. Sobre sexo sólo debes hablar con tu marido o tus familiares, tu médico o tu sacerdote.
—Pero los sacerdotes no saben nada de sexo. Les está prohibido.
—Ojalá fuera así —dijo José con cierta compunción, alzando las cejas en una expresión de desaprobación—. Pero no nos distraigamos. Esto es lo que tienes que saber. La espada y la vaina.
Cogió la intrincada empuñadura dorada de la espada ceremonial que le colgaba de la cintura y la desenvainó lentamente de la larga vaina de fino cuero en que la llevaba.
—¿Ves con qué perfección la espada encaja en su vaina, con qué facilidad puede meterse y sacarse? —Ilustró su pregunta desenvainando del todo la espada y después volviéndola a enfundar, varias veces.
»Bien, los hombres y las mujeres son lo mismo. Los hombres tienen espadas y las mujeres tienen vainas. Encajan a la perfección; al menos normalmente.
»La primera vez que la espada entra en la vaina se encuentra con algunos pequeños obstáculos y un poco de sangre. Pero eso termina pronto, y la operación al completo se lleva a cabo fácilmente.
Sonrió con satisfacción ante su habilidad para explicar el misterio del sexo con semejante rapidez.
—Ah, y es una experiencia en la que se puede sentir un enorme placer —añadió—. Y se hacen los niños.
—Si todo va tan bien, ¿por qué Carlota está tan abatida?
Le mostré a José la carta de nuestra hermana. La leyó y después se encogió de hombros.
—Debes recordar, Antonia, que Carlota es fea, y muy desagradable. Sin duda, no le gusta a Ferdinando. Me temí que sucediera eso cuando acordamos la boda. Josefa habría sido mucho más de su gusto, del gusto de cualquier hombre. Cuando a un marido no le gusta su esposa la espada no tiene la fuerza y la firmeza necesarias,