Nacida como puerto misérrimo en el Atlántico sur, condenada a no poder comerciar con nadie, sin nobles ni plantaciones esclavas, Buenos Aires, la más plebeya de las ciudades españolas, se incorpora al mercado mundial por obra del contrabando. Luego del 25 de mayo, se las ingenia para pelear en varios frentes y convertirse en la única capital criolla que jamás fue reconquistada por las tropas realistas. Ciudad sin marinos, disemina corsarios que desarticulan las armadas reales. Sus ejércitos combaten en todo el continente y, después de la independencia, enfrentan meritoriamente a la poderosa flota brasileña. Bloqueada durante años por españoles, portugueses, franceses y británicos, sobrevive una y otra vez.
En este marco, el partido del extranjero consigue poquísimos éxitos. En su historia habrá amigos de España y de Holanda, de Inglaterra y de Portugal, de Francia, Estados Unidos y el Brasil e incluso de rusos y alemanes. Pero sólo un puñado de porteños actúa al servicio de los poderes externos. Las clases dirigentes, aun aliadas al comercio exterior, oscilan entre el compromiso y la resistencia y en los momentos clave prima, casi siempre, la decisión local. Las clases subalternas, con más ahínco, abominan de todo amo externo y sepultan las últimas fantasías de una monarquía europea. Más allá de vacilaciones y tropiezos, Buenos Aires jugará un rol autónomo y habrá de convertirse en una capital inconquistable.