La situación y la historia

Sentí con agudeza la cálida y dolorosa insuficiencia de las relaciones humanas

estos casos, la historia, como en otros ensayos autobiográficos, es el sentido amplio que el autor está extrayendo de ser partícipe de la situación. Pero en estos textos el equilibrio entre el mundo y el yo se ha más que nivelado, y hace que el narrador vaya cambiando, hacia lo hondo y hacia dentro. Tanto en «Apuntes de un hijo nativo» como en «Matar a un elefante» la prosa se ve invadida por una poco habitual profundidad de indagación en el yo. Es la profundidad con la que se indaga lo que lleva la narrativa personal del ensayo autobiográfico a las memorias.

Es muy potente lo mucho que tienen en común «Matar a un elefante» de Orwell y «Apuntes de un hijo nativo» de Baldwin. Ambos textos versan sobre la raza, ambos entremezclan de continuo lo personal con lo político, y ambos están dominados por una voz letal portadora de verdad: el narrador utilizándose para demostrar que nadie está exento de los efectos deshumanizadores del racismo

Se establece así el singular discernimiento del ensayo: ellos nos odian, nosotros nos odiamos entre nosotros. Las cartas que llegan de los campos de instrucción del sur, los disturbios de Detroit, los corrillos en las esquinas, el padre del narrador muriendo solo en esa «amargura de espíritu intolerable». Lo entendemos en nuestras terminaciones nerviosas: es todo uno; se definen el uno al otro.

Lo que tenemos aquí es a un narrador que nos va a brindar la historia de la mañana del 3 de agosto de 1943 –Harlem, en plena Segunda Guerra Mundial– tal y como va penetrando en él; con lo que va creando un retrato compuesto que dará el mismo peso al paisaje de su infancia en el Estados Unidos negro que a las figuras concretas que aparecen en él. Expondrá con tanta maestría esta complejidad que nos situaremos tras sus ojos: lo veremos y lo sentiremos mientras él lo ve y lo sien

Un puente perfecto entre el ensayo autobiográfico y las memorias lo constituye «Apuntes de un hijo nativo» de James Baldwin, un texto en el que el autor respira hondo, inhalando la vivencia de sí mismo en el mundo, para luego exhalarla mediante un punto de vista con una intencionalidad tan compleja que la intersección entre yo y mundo se vuelve de una ecuanimidad casi perfecta: no se sirve a ninguno a expensas del otro de modo que, de una vez y al mismo tiempo, se explora un tema y se busca definirse a uno mismo.

«Él y yo» es un ensayo autobiográfico más que unas memorias porque la autora está utilizando su personaje para explorar un tema que no es ella misma: en su caso, el matrimonio. Si hubieran sido unas memorias, el enfoque se habría invertido. Ginzburg habría utilizado el matrimonio precisamente para explorarse –iluminarse, definirse– a sí misma. Esa habría sido su intención. Una intención sencilla, añadiría yo.

Comprendí entonces que cuando leía a Améry y Krim me resonaba por dentro, empezaba a ver que los ensayos autobiográficos podían leerse como se leen los poemas o las novelas, dentro del mismo tipo de contexto, el que ensancha la relación entre vida y literatura. A pesar de Tolstói, Flaubert y H. G. Wells, no volveré a pensar en el matrimonio sin que me vengan a la cabeza tanto Lynn Darling como Natalia Ginzburg.

trabajo al que Lawrence se refería cuando dijo: «El hombre solo es libre cuando está haciendo lo que le place a su yo más profundo, y saber cuál es su yo más profundo, ¡ah!, eso requiere una buena zambullida en uno mismo».

Así y todo, para mí estos ensayos son la destilación de un personaje. El pesimismo que encarnan es tan intenso, tan insistente, que, por mi parte, yo me veo penetrada por la fuerza de su visión. El enfoque de Améry –como el ácido sobre la hojalata– mella en profundidad la veta de su experiencia. Él es un científico y está observando en el portaobjetos de un microscopio una célula que es incapaz de entender teniendo como tiene una epidemia letal soplándole en el cogote. Se sitúa en un lugar donde creo que yo nunca me situaría. Pero, así y todo, lo siento a él plantado allí con fuerza, lo siento mirando al vacío. Es lo profundo de su concentración coaccionada lo que resulta atrayente. O más que atraer, tonifica. La tonificación es sorprendente; a mí me hace detenerme en seco; me hace entender mejor por qué estoy siendo arrastrada.