La belleza del marido

Tenemos esta profunda tristeza entre nosotros y se expresa con tanta frecuencia que ya no

la distingo del amor.

Te ofrezco mi destino. Pero no tengas compasión. Y no vuelvas.

Esta es nuestra única oportunidad para admirarnos.

Conozco a un hombre

que establecía reglas

contra la exhibición del dolor,

contra preguntar por qué, contra querer saber cuándo le volvería a ver.

La ficción da forma a lo que fluye en nosotros.

Contar una historia sin contarla:

querida sombra, esto lo escribo despacio.

Ella con sus inicios.

Yo con mis finales.

Pero todo vuelve

a una luna azul de junio

y a una noche mancillada como dicen los poetas.

un hombre triste y eclipsado. Quiero profundizar ahora en el doloroso proceso del descubrimiento de mí mismo. Nadie puede ayudarme. Solo yo puedo hacerlo. Penetrar en el potable hilo de la vida. No había sentido percepciones tan fuertes desde que desollaba conejos con mi abuelo en el viejo y sucio lavadero detrás del cobertizo. Entrañas de un rojo satinado. Claras salpicaduras de sangre en la porcelana blanca. Una vez encontramos fetos bajo el corazón salvaje. Ah dijo Nono manzanas en la noche. Los cortó a rodajas. Yo estaba celoso. La ternura desbordaba su voz.

Más bien se trata de lo que tú quieres que diga.

Quiero que diga que no puede vivir sin mí.

Bien bingo.

Pero de una manera creíble.

Ahí ya estás pidiendo lo imposible.

O que se sienta como yo me siento como un cuerpo desgarrado

en dos

como el estado incompleto de un metal en un proceso

químico

como una gota de cobre fundido esperando a resucitar

en forma de oro.

como si fueran de una sola carne.

Marido y mujer pueden borrar una frontera.

Creando una página en blanco.

Es un verso. De dónde ha salido. Lo busca, esperando.

Esperar es buscar.

Y lo raro es que, buscando, esperando, la mujer de pronto sabe

algo sobre su marido.

Eso que no había buscado

salta de golpe a la luz

como un niño de un armario.

Sabe por qué tarda tanto en el bar.

a los ojos de una esposa, huesos del cuello.

No le sorprende,

no recuerda si alguna vez le sorprendió,

darse cuenta

de que estos huesos no son los huesos de el cuello.

Un rubor se rasga en dos adentro

en su alma.