París Era Una Fiesta

terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba

En aquel cuarto aprendí también a no pensar en lo que tenía a medio escribir, desde el momento en que me interrumpía hasta que volvía a empezar al día siguiente. Así mi subconsciente haría su parte de trabajo y entretanto yo escucharía lo que se decía y me fijaría en todo, con suerte; y aprendería, con suerte, y leería para no pensar en mi trabajo y volverme impotente para rematarlo.

De pie, miraba los tejados de París y pensaba: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.» De modo que al cabo escribía una frase verídica, y a partir de allí seguía adelante. Entonces se me daba fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había observado o había oído decir.

Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento, aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente.

las libretas de lomo azul, a los dos lápices y el sacapuntas

Eso fue el año en que tantos murieron en avalanchas.

realmente éramos pobres cuando dejé el periodismo a nuestra vuelta del Canadá

Bumby tenía que quedarse encerrado en su alta cama con barrotes, y se quedaba tan contento en compañía de su gran gato cariñoso, llamado F. Puss.

—Y vo te querré siempre a ti y tú siempre a mí.

—Siempre. Y a nadie más.

—Seremos felices toda la tarde y toda la noche.

Cuándo viene por aquí Joyce? —pregunté.

—Si viene, acostumbra a ser a última hora de la tarde