Se me seca la garganta y tengo la sensación de que se me escapa un sollozo, de miedo, de dolor, de alivio.
Sale por completo y sin ayuda antes de que llegue a él. Veo su rostro contraído por el esfuerzo, pero parece bien. Consigue levantarse y dar dos pasos hacia terreno sólido, hacia el hierbal.
Yo cruzo los escombros por encima.
Está más despeinado aún que antes y tiene la cara más sucia, pero a mí me parece más guapo que nunca, sus ojos más azules y ese anillo dorado alrededor de su iris mucho más brillante.
No puedo evitarlo. Me lanzo hacia él. Rodeo su cuello con los brazos y hundo el rostro en el hueco de su cuello.
El impacto es tan inesperado para él que cae hacia atrás. Los dos caemos al suelo y me entran ganas de reír, y de llorar, y de gritar. Una fuerza sin nombre late en mi pecho y antes de que pueda contenerla, antes de que pueda entender siquiera lo que ocurre, estoy besando a Soren.
Lo estoy besando.
Le doy un beso en los labios tan brusco, superficial y hambriento que no me reconozco en él y, cuando me encuentro, cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, me aparto lentamente, todavía sobre él.