Desde la panorámica de una gran ventana orientada hacia el bosque y las montañas. Un hombre sentado delante de la misma piensa en su jubilación con una melancólica sensación de pérdida, mientras entre realidad y ensoñación percibe las sensaciones que experimenta un adolescente después de unos seminarios: sobre la relatividad del tiempo y la duración del mismo.
A través de las vivencias del adolescente, el adulto recibe metafóricamente a través de su ventana un aluvión de percepciones nuevas para él, que le sumergen profundamente en el continuum de sus recuerdos interconectados en el ahora.
El adolescente se da cuenta de que cada día pasaba por delante de una casa antigua, en la cual nunca se fijó, que se convierte en sentido figurado en un oráculo, a partir del cual aprende a manejar sus propios recuerdos y enlazarlos.
En el relato, surgen varias casas y diversos paisajes, tantos como personajes, pero todos ellos, los espacios que habitan y las experiencias, resultan estar unidos atemporalmente por los sutiles hilos de los recuerdos que confluyen en una conciencia reintegrada que abarca cuasi toda una vida.
Al ritmo de las estaciones y la naturaleza y sus manifestaciones, que van surgiendo por doquier, se presenta un relato intimista, un tanto poético y pleno de imágenes de fresca espontaneidad. Realizado en clave autobiográfica, con pretensiones que invitan al aprendizaje desde lo más hondo del sentimiento que nos humaniza y la fugacidad de la vida, se va transformando en una conciencia integrada del ahora, como plataforma hacia cualquier posibilidad de futuro.
En realidad, las historias se pierden en el tiempo, no son de nadie ni sobre nada en concreto, a mí algunas me las contaron y también se las contaron a los contadores, puede que el objetivo sea conectarlas a nuestros sueños y recuerdos.