Esta es la historia de una mujer valiente y talentosa en una época en la que las mujeres no podían salirse del libreto. Los tucumanos dicen que es tucumana. Y los salteños juran lo propio en una disputa tan estéril como las fronteras y los límites entre provincias. Lo cierto es que Dolores Candelaria Mora Vega nació un 17 de noviembre de 1866. Tomó clases de dibujo y pintura con el italiano Santiago Falcucci, de quien aprendió las técnicas del neoclasicismo y el romanticismo europeo. A partir de ahí, se hizo famosa en Tucumán retratando a las personalidades de la clase alta de esa provincia. Viajó a Buenos Aires, donde recibió una beca para perfeccionar sus estudios en Europa. Se instaló en Roma y tuvo como maestro a Giulio Monteverde, a quienes algunos llamaban el “nuevo Miguel Ángel”. Fue él quien le recomendó dedicarse a la escultura y abandonó la pintura para siempre. Ya de regreso en Argentina, Lola Mora era una celebridad. Tucumán le encargó la estatua de uno de sus personajes más célebres: Juan Bautista Alberdi. Al tiempo, ella ofreció al gobierno de Buenos Aires la que iba a ser su obra más famosa: “La Fuente de las Nereidas” para colocarla en la Plaza de Mayo. La fuente, hecha en mármol blanco de carrara, representa a las nereidas asistiendo al nacimiento de la diosa Venus. Cuando las señoras bien de Buenos Aires descubrieron esas estatuas bellísimas, pero desnudas, pegaron el grito en el cielo. Estalló el escándalo porque creían inapropiado que se exhibieran esos muslos desnudos justo al frente de la Catedral. Lola Mora les contestó con esta carta abierta que ahora vas a escuchar. Hoy en día, la Fuente de las Nereidas se puede ver, pero en la Costanera Sur de la ciudad, donde fue llevada por pedido de aquellas señoras. Lee la actriz Julieta Teruel.
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No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura que haya podido crear Dios (…)
Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo (…)
Lamento profundamente lo que está ocurriendo pero no advierto en estas expresiones de repudio –llamémoslo de alguna manera- la voz pura y noble de este pueblo. Y esa es la que me interesaría oír; de él espero el postrer fallo.
Lola Mora