Desde entonces otra afirmación suya se ha vuelto famosa:
—No puedo entender, señores, cómo gobernantes de una ciudad tan gloriosa como ésta, con casas como riscos de mármol, con tiendas como tesoros reales, con templos como los sueños de que hablan nuestros druidas cuando vuelven de sus visitas mágicas al Reino de la Muerte, pueden albergar en sus corazones la codicia de nuestras pobres chozas isleñas.