Un hombre llamado Marcelo Cohen, nativo de Onzena –una de las tantas islas que conforman el Delta Panorámico–, decide compartir con los lectores algunas de las películas que más lo han impactado. Lo hace por amor al cine, por supuesto, esa «escuela práctica de la vida», pero también para darse el gusto de narrar por narrar.
Y es tal su don que puede contar cualquier historia que se proponga, como el descubrimiento de la pasión por una parejita prehistórica, el efecto liberador de una catástrofe en la vida de una mujer que creía tener todo bajo control o el duelo moral y amoroso entre un renegado justiciero y una detective vieja y perspicaz.
Los dieciocho relatos que integran este libro no solo son una galería de películas imaginarias sino también un fenomenal despliegue de géneros, tramas, asuntos y personajes, de ideas, procedimientos y emociones, en la mano de uno de los grandes insubordinados de la prosa que nos domina. Pocos conocen tan íntimamente las palabras como Marcelo Cohen, dueño de un estilo de cuño propio que reúne elegancia y juego, precisión y lirismo, además de una imaginación singular. La calle de los cines es una invitación a volver a experimentar el disfrute, el asombro y la admiración que despierta la mejor literatura.
«Las novelas de Cohen son extraños artefactos verbales que despliegan mundos de gran imaginación, como El país de la dama eléctrica, El oído absoluto o Inolvidables veladas, y lo mismo puede decirse de sus colecciones de relatos como El fin de lo mismo o Los acuáticos».
Luciano Lamberti, Eterna Cadencia
"Los de La calle de los cines son cuentos macerados en el sosiego, que logran nodos de intensidad y construyen finales abiertos que se van diluyendo en lentos fundidos o dejan expuesta una fractura irreparable, porque lo que se dirime no pertenece al orden de los hechos narrados sino al terreno más abstracto de la conciencia. En cualquier caso, producen en el lector un efecto similar al que experimenta un espectador a la salida del cine, cuando se reencuentra con una realidad que le era familiar y se ha vuelto extraña".
Gabriel Caldirola La Nación