Recordó lo que le habían dicho en la veterinaria: los ajolotes soportan ayunos de hasta una semana. ¿Cuándo había comido por última vez? Como mínimo, hacía cuatro días. Se lo imaginó en ese momento, posado en el fondo de la pecera, en la oscuridad de la casa cerrada, preguntándose a su tosca manera en qué momento una sombra borrosa vendría a echar alimento sobre la superficie del agua. Percibiendo el vacío y la lenta levedad del cuerpo, crecientes con el correr de los días.