No puede comprender a París y su historia quien no comprende que su ferocidad es lo que equilibra y justifica su frivolidad. Suele llamársela una ciudad de placer, pero puede ser llamada muy especialmente una ciudad de dolor. La corona de rosas es también una corona de espinas. Sus gentes son demasiado propensas a herir a los demás, pero también enteramente prontas a herirse a sí mismas.