Recuerdo haber visto una multitud de muchachas obreras precipitándose hacia un tren vacío en una apartada estación campesina. Eran unas veinte; todas ellas se metieron en un coche y dejaron todo el resto del tren enteramente vacío. Ese es el verdadero amor a la humanidad. Ese es el auténtico placer en la inmediata proximidad del prójimo. Pero ese áspero, tosco, auténtico amor de los hombres parece faltar enteramente en esos que proponen el amor a la humanidad como sustitutivo de todo otro amor: los honorables racionalistas idealistas.