De pequeño, cada vez que alguien le decía «mono», «maldito mono» o «mono der diablo», dibujaba un Goku dando una patada o haciendo uso de uno de sus poderes especiales. Había llenado cuadernos enteros para sobrevivir a las palabras que salían incluso de boca de su madre o sus hermanos, soñando con que un día, tras encontrar a un maestro como Mr. Miyagi o Yoda, adquiriría los superpoderes para vencer al enemigo, esa gran boca sucia que lo hería y debilitaba. A falta de un sensei, Malagueta ideó una salida: el aire pestilente de los insultos hincharía sus músculos, bombeando sus brazos debajo de pesas sin fin y lo convertirían en un gorila con el que nadie se querría meter: una máquina de batear bolas.