Ahora que el tiempo se precipita sin ningún pudor hacia la nada, las obras extraviadas en algún rincón de mi librero son la prueba de que tuvo algún sentido renunciar a la universidad o a la posibilidad de una vida económica más digna. De no ser un vago no habría tenido tiempo suficiente para desperdiciar mi vida buscando quién sabe qué cosas entre las páginas de una novela. Entre tanto, seguiré pensando que todo aquél que visita mi casa se lleva un libro debajo del abrigo. Es más sencillo creer que fui robado a poner en orden mis papeles. ¿Para qué? Como el orden no me salvará de la muerte hago mías las palabras finales de El juguete rabioso, la novela juvenil de Roberto Artl: “Iré por la vida como si fuera un muerto. Así veo la vida, como un gran desierto amarillo”.