De la desesperación de coronas doradas y nacido de carne mortal, un gran poder primigenio surge como heredero de las tierras y los mares, de los cielos y todos los mundos. Una sombra en la brasa, una luz en la llama, para convertirse en un fuego en la carne. Pues la nacida de la sangre y las cenizas, la portadora de dos coronas, y la dadora de vida a mortales, dioses y drakens. Una bestia plateada con sangre rezumando de sus fauces de fuego, bañada en las llamas de la luna más brillante en haber nacido nunca, se convertirá en una.
Cuando las estrellas caigan de la noche, las grandes montañas se desmoronen hacia los mares y viejos huesos levanten sus espadas al lado de los dioses, el falso quedará desprovisto de gloria mientras (NO HASTA) los grandes poderes se tambalearán y caerán, algunos de golpe, y caerán a través de los fuegos hacia un vacío de nada. Los que queden en pie temblarán mientras se arrodillan, se debilitarán a medida que se hacen pequeños, a medida que son olvidados. Pues, por fin, surgirá el Primigenio, el dador de sangre y el portador de hueso, el Primigenio de Sangre y Ceniza.
Dos nacidas de las mismas fechorías, nacidas del mismo gran poder primigenio en el mundo mortal. Una primera hija, con la sangre llena de fuego, destinada al rey una vez prometido. Y la segunda hija, con la sangre llena de cenizas y hielo, la otra mitad del futuro rey. Juntas, reharán los mundos mientras marcan el comienzo del fin. Y así comenzará, con la última sangre Elegida derramada, el gran conspirador nacido de la carne y el fuego de los Primigenios se despertará como el Heraldo y el Portador de Muerte y Destrucción a las tierras bendecidas por los dioses. Cuidado, porque el final vendrá del oeste para destruir el este y arrasar todo lo que haya entre medias.