Por amplias que sean sus capacidades para la sugerencia y la figuración, ningún instrumento lingüístico puede sobrepasar el alcance de sus recursos léxicos y gramaticales. Éstos, a su vez, han sido histórica, social y formalmente generados y circunscritos. El lenguaje, cuando se esfuerza en hablar de «Dios», se refleja a sí mismo.