Lo que en mi opinión mejor puede ilustrar el hecho de que la voluntariedad obligada no es lo preferible, es la frase dicha por la hija pequeña de unos amigos míos que un día, al volver de su progresista parvulario, dijo: «¿Tengo que jugar siempre a lo que yo quiera?, ¿no se me permite jugar alguna vez a lo que debo?». Puedo responder de la verdad de la anécdota, que, bien es cierto, encaja mejor dentro de la crítica a la —muy real— educación «permisiva», con su continua apelación a la «autodeterminación», que dentro de la crítica a la irreal utopía.