El mito de la belleza

De alguna manera, en algún lugar, alguien debe de haber pensado que las mujeres van a comprar más si se las mantiene en ese estado de odio hacia sí mismas, de fracaso constante, de hambre y de inseguridad sexual propios de las que aspiran a ser una «belleza».

La definición de perfección, no obstante, cambia según las necesidades de los políticos, de los empresarios y, en la economía de la posguerra, que dependía de un consumo en espiral, de los anunciantes

El mito urge a la mujer a creer que cada cual ha de velar exclusivamente por sí misma

La economía de la cirugía no es un modelo económico de esclavitud, por supuesto, pero al exigir una alteración permanente, dolorosa y arriesgada del cuer­po, constituye, como el tatuaje, la escarificación y el marcaje de otros tiempos y luga­res, una categoría que se encuentra a medio camino entre la esclavitud y el libre mercado

Con el vínculo aspiracional que propagan las revistas femeninas de por medio, las mujeres aprenden a su­bestimarse. Ese sentido del derecho profesional que el trabajador adquiere cuando espera una retribución justa por una tarea bien hecha se mantiene así alejado de las expectativas de la mujer trabajadora

Las mujeres tendrán la opción de no rebajarse a pen­sar qué requisitos de belleza les va a exigir un consejo de poderosos (y si lo hacen, merecerán absoluta censura) en el momento en que sepan que pueden contar con la parte que les corresponde: que el 52% de los puestos más destacados están disponibles para ellas.

La mujer con aspiraciones no está obligada a hacerlo siempre que tenga elección

Pero «profesio­nal» y «femenina», como hemos visto, son dos términos que se emplean para manipular sus respectivos significados y también, de paso, a la mujer.

Como no hay nada «objetivo» en el concepto de la belleza, la élite del poder puede, siempre que lo nece­site, llegar a un acuerdo para afirmar que tal «belleza» no existe

Ninguna mujer es tan bella, por definición, como para poder confiar en sobrevivir a un nuevo proceso judicial que someta a la víctima a una prueba que ya le es fami­liar por otros juicios: que la miren de los pies a la cabe­za para constatar que lo que le ha sucedido ha sido culpa suya