La actitud posherida es claustrofóbica. Rezuma hastío, un sufrimiento que se ha vuelto implícito, un sarcasmo que sale a relucir ante el menor atisbo de algo parecido a la autocompasión. Lo veo en escritoras y en las narradoras que les dan voz, en la abundancia de historias sobre mujeres vagamente insatisfechas que ya no viven del todo sus sentimientos. El dolor está en todas partes y en ninguna. Las mujeres posheridas saben que las actitudes sufrientes favorecen concepciones limitadas y trasnochadas de la feminidad. Su dolor posee una nueva lengua materna que se expresa en varios dialectos: sarcasmo, indiferencia, opacidad, afilado ingenio. Se guardan de esos momentos en los que el melodrama o la autocompasión podría desgarrar sus cuidadosas suturas hechas de intelecto. Yo diría más bien una sutura. Nos hemos cosido a nosotras mismas. Le sacamos punta a todo