Podían, si quería, hacerle saber que había llegado a buscarlo cuando llamara. No le garantizaban que fuera a regresar pronto, pero al menos le darían los saludos que seguro le enviaría. No era necesario. Muchas gracias, dijo con la barbilla anunciando el llanto que se vendría en tan solo instantes y que ellos prefirieron no ver para no caer en la cuenta de que su hijo tenía otro tipo de relación con el muchacho apuesto que había llamado a su puerta. No era posible. Ellos lo habían visto toda la vida siempre con mujeres. Con una detrás de la otra. Con demasiadas, quizás. No se explicaban por qué se había quedado con la que les parecía la menos agraciada de todas. Querían pensar que su hijo se guiaba por el interior, como le habían inculcado. Querían creer que su niño era como el resto de los hombres de esa familia y del país de donde esa familia había llegado aunque él hubiera nacido en este. ¿Sería posible que la vida en esa ciudad lo hubiera convertido en otra cosa? ¿Sería posible que algún otro hombre de la familia tuviera las mismas inclinaciones? No