Cuando Cristina Rivera Garza publicó su magnífico libro Había mucha neblina o humo o no sé qué dejó en claro que Juan Rulfo, en sus trayectos por el interior de México, fue desedimentando las voces que el milagro mexicano de la revolución verde había ido enterrando a través de la erradicación de comunidades enteras, sepultadas bajo el peso categórico del progreso. Esa luminosidad crítica, que ya se insinuaba conceptualmente en Los muertos indóciles y se manifiesta, materialmente, en Autobiografía del algodón, logra, en Escrituras geológicas, una teorización sofisticada y precisa, aunque, más que nada, urgente.
Las escrituras geológicas son modelos de escarbar, hurgar en las capas de un pasado que se extiende y reemerge en el presente dado que nunca se ha ido. En sus capas y strata se adhieren historias de violencias coloniales y epistémicas junto a huesos y carne, junto a cultivos, laboriosidades y resistencias. Libro imprescindible –e impostergable— para revisar los tejidos materiales que han ido urdiendo las tramas históricas, tramas alojadas en los intersticios espaciales pero cuyas grietas se materializan a lo largo del tiempo en cuerpos y palabras que, por su sola existencia, impugnan su linealidad teleológica y, por lo tanto, su capacidad de construir sentidos.