mbilla se posó en él, mi mirada fue a parar al calendario anual: aunque era marzo, el calendario seguía en la página de febrero, que tenía la foto del águila en pleno vuelo, con las alas extendidas, las patas estiradas, las garras dobladas, y los marcados ojos zafiro mirando fijamente a la cámara. Su grandeza se desplegaba sobre la vista del fondo como si el mundo le perteneciese y fuese quien lo había creado todo: un dios con alas y plumas. Pensé entonces, con cierto miedo abrumador, que algo cambiaría en un momento fugaz, y trastocaría aquella calma interminable