Me quedé mirando su largo cuello, su pelo rubio, el milagro de la vertical que formaba con sus zapatos, y me eché a llorar, porque Dorothy Parrish nunca sería mía, nadie procedente de Torricella Peligna poseería jamás a una chica como Dorothy Parrish, ni aunque transcurrieran mil años y mientras hubiera otros hombres en la tierra.