X ha muerto

Yo cada vez más pequeña, ella más y más grande. Yo con el complejo de una persona dubitativa, ella con sus aires de princesa.

Otras veces pienso que nos unimos por necesidad. Porque nos encontramos y pensamos que estábamos cómodos el uno junto al otro.

Y tampoco soy, o no creo ser, lo suficientemente poderosa como para guiar, dominar, manejar los hilos de X.

Por eso no entiendo por qué me ama o por qué dice que me ama

Y me enfado con X, me enfado de veras, por no haber amado (no al menos con la debida intensidad) a aquellas mujeres que lo amaron a él.

Las mujeres que ha amado X son dominantes; les salen hilos de las uñas cuidadas con manicura, hilos que llegan a la cabeza, brazos, manos, rodillas, pies de X; y así, esas mujeres no tienen más que mover un dedo para que todo el cuerpo de X baile al son que ellas quieren. X ha sido, a menudo, un títere de las mujeres que ha amado.

La mujeres que ha amado X son inteligentes, en la acepción más común de la palabra inteligente.

Mi vida es una larga sucesión de llantos, mocos, insomnios, sábanas sucias, ropa usada, botellas de vino vacías, una cadena de dolor y cenizas desde que me dejó X.

No ha habido ninguna explicación, ni justificación, ni petición de perdón. Para qué, habrá pensado él. Por qué, he pensado yo en busca de una aclaración, un motivo, una causa, una excusa. Mi mal aliento, mi charla desenfrenada, mi cuerpo: puede ser la suma infinitesimal de mil pequeñas razones. O quizás solo una: que nunca me ha querido.

Sí, siento celos por X. Hasta de la muerte.

Sé que la vida de X debería estar por encima de todo lo demás, pero sé también que no podría soportar el dolor que me provocaría que él me dejara; un dolor semejante al que me produciría su muerte. O tal vez más intenso.