El texto me pareció más una sensación perpetua, me metió en un estado contemplativo sujeto a un mundo que bien puede estar en los confines de Macondo o San Luis Potosí, un mundo seco, acuciante, agrietado, donde zumban moscas que circundan podredumbre.
No puedo resumir la trama porque las cosas pasan y no pasan, o quién sabe si pasan. Pero el final es bastante satisfactorio en el sentido de que le da a la totalidad esa redondez perfecta, ata cabos pues y desbarata el nudo del collage previo, es sombra y agua en el desierto que Clyo nos implantó.
Me gustó mucho. Recupera el pensamiento mágico de los pueblos de México, mientras revela violencias estructurales, tanto del siglo pasado como del presente y todo con una prosa bellísima. Aquí se habla de violencia: guerra, persecución, homofobia, violación, abuso infantil, pobreza, prostitución, machismo, despojo, locura... Todo envuelto en la tradición popular del desierto mexicano.
Increíble que en una novela corta se pusieran tantos temas sobre la mesa de manera tan puntual (racismo, homofobia, machismo, misoginia) y se les diera cierre a los personajes que, en su mayoría, hicieron sufrir a los del sexo contrario o incluso a su mismo sexo con una conclusión desgarradora y meritoria.
Con sinceridad les puedo decir que quedé enganchada en la historia de Lázaro y Juan. Fue tristísima la manera en que fueron retratadas varias mujeres, no obstante, hay que pensar que es la cotidianidad de muchas de ellas, al menos en Latinoamérica se muestra un modo más exacerbado.
Me encantó la manera en la añaden elementos mágicos por medio de eventos tan infortunados como el presagio que acompañaba el mercader, de la mujer ciega que era en realidad un hombre (o no me quedó claro si era intersexual) que intentó curarse por medio de leche materna o de la transformación hombre-bestia.
La parte más inquietante a mi parecer fue cuando se habla de Daniela y de Salvador. Todo este asunto de la morgue y el convivir con los muertos es escalofriantemente interesante.