Pienso que cuando dos personas que se quieren se despiden y cada una toma una dirección, no pueden resistirse y, en el último segundo, se dan la vuelta para observar una vez más a la otra persona, como si la fuerza magnética de los propios sentimientos tomase el control y no lo pudiesen evitar. Lo hice temerosa de toparme con la silueta de su espalda alejándose.
Me encontré con sus ojos negros. Los dos nos habíamos girado. La señal. Nueva York volvía a sonar a hogar.