, en lugar de mi brazo, esta vez se posó sobre mi rodilla. «Antes que nada—dijo—, tienes que olvidar los horrores.» Le pregunté, muy extrañado: «¿Por qué?» «Para poder vivir», respondió, y el señor Fleischmann asintió con la cabeza: «Para poder vivir libremente», a lo que el otro asintió, añadiendo: «Con esa carga no se puede empezar una nueva vida»; tuve que reconocer que en eso tenía razón. Pero, por otra parte, no entendía cómo me podían pedir cosas imposibles, y les hice saber que mi experiencia había sido real y que yo no podía mandar sobre mis recuerdos. Podría empezar una nuev