La psiquiatría era para Pierce un sacerdocio; el sanatorium, un templo. Consciente de las responsabilidades que cualquier hombre contraía al desposar a una mujer, tiempo atrás había descartado la posibilidad del matrimonio, y si todavía se arrepentía de las falsas esperanzas que Anne había cifrado en aquella relación era porque, aun sin proponérselo, sabía que no había sido sincero con ella.