No es tu cabello como campo de trigo despeinado por el viento, ni tu barba de tres días que crece con la determinación del musgo sobre la roca. Tampoco es tu vientre encendido. Es tu nombre, Demetrio. Tan viril, tan donoso. Nombre de dioses. Es el vigor del hombre que trabaja la tierra. Tres sílabas que se cuelan por mis oídos y resuenan en mi cabeza. Es tu nombre lo que más adoro de ti. Lo escucho y pienso en tus brazos alzados, victorioso, ostentando la abundante mata de tus axilas. Pienso en esa cueva húmeda, cálida y perfecta, que me ofrece resguardo luego de atravesar la selva rubia de tu vello.
Tu nombre y tus axilas como un mismo ente indivisible. Demetrio fuerza. Demetrio sudor. Demetrio suplicio. Demetrio redención. La explosión antes de la calma. Demetrio.