rdido el juicio, olvidado de todo, excepto del deseo animal de huir, me lancé a trepar por la pendiente de cascotes, como si ninguna sima hubiera existido detrás. De pronto, vi el borde de la grieta, salté frenéticamente, con todas las fuerzas de mi ser, y en el acto, me sumí en un torbellino infernal de ruidos inmundos y de negrura materialmente tangible.