Además de reconstruir rostros, Gillies también había practicado reconstrucciones genitales de soldados heridos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, era la persona idónea para ocuparse del complejo caso de Dillon. Aunque ya se habían realizado vaginoplastias para mujeres trans, nadie había practicado todavía una operación equivalente con un hombre. De hecho, muchos cirujanos lo habrían considerado imposible, y algunos incluso poco ético. Al menos, el sistema legal jugaba a favor de Dillon: aunque las leyes prohibían la extirpación de un pene, ninguna impedía poner uno. Gillies, que nunca rehuyó un reto quirúrgico, aceptó realizar una faloplastia, o creación quirúrgica de un pene, con Dillon. Este recibió con alegría su decisión: «Por fin el mundo empezaba a ser un lugar digno de ser vivido», escribió tiempo después.
[735]