Anciano y perro se sentaron junto al maíz para disfrutar de su olor. El anciano engullía a bocados los efluvios del cereal, aromas de comida que le recorrían las tripas con el estruendo de un carro de caballos y que se esforzaba en contener, comprimiendo los orificios, para que no se le escaparan del cuerpo. Y así, tragando, oyó la luz suave de la luna tocar tierra