Perder la cabeza, literal o metafóricamente, es algo que nos sucede a los lectores y, por supuesto, a los autores. Esta decapitación se puede conjurar desde la sátira, el terror, lo fantástico y hasta lo realista, sin el temor de aproximarse de manera novedosa a temas como el suicidio y la necrofilia, o incluso a las deficiencias mentales, en el lado menos oscuro del libro.
De esta antología surgen relatos que honran la esencia del absurdo, perder la cabeza para la fabricación de personajes extravagantes en medio de situaciones extraordinarias. En este contexto se desarrolla la condición fundamental del género: la finitud del cuerpo ante la inmensidad de la mente, también finita, que al darse cuenta de su naturaleza se resigna, pero alcanza a burlarse de ello. Tal vez por todo esto los cuentos pueden ser diagnosticados de insensatez, en ocasiones sin escapar de lo caótico, característica que evidencia la originalidad en las letras de Cecilia, cuyas referencias delatan ciertos temores ocultos del ser humano. No obstante, siempre existe algo de ridículo en las situaciones que causan morbo, y ella lo hace relucir gracias al humor negro.