La ficción del ahorro

Estábamos dejando atrás un misterio, creando e incorporando nuevos recuerdos, y como sucede ante cualquier vacío que se llena, solo podía esperar con ansias lo que venía a continuación.

Fue como meterme en sus pensamientos. O peor, fue como tener sus mismos pensamientos.

No era humilde y jamás estaba pendiente de lo que hacíamos o decíamos las demás. Tenía una vida propia, o al menos eso nos hacía creer, y su mayor virtud era no necesitar a nadie.

El dinero no está hecho para quedarse quieto, no tiene un anclaje. Es ubicuo y se escurre como el agua caliente en la ducha o la línea de teléfono al fondo del auricular.

A todo el mundo le conviene tener un futuro a disposición, algo a la espera, capaz de arrancar en el instante exacto en que se dice ahora porque decir ahora es entregarse —por fin— al azar de las cosas que son

Porque ahorrar es vivir ya en otro tiempo. Es ubicar la zanahoria delante y alinear las decisiones cotidianas para llegar a un espejismo que se encuentra siempre un poco más allá

La realidad es una puja de distintos planos como placas tectónicas que presionan y se superponen en el pensamiento.

Si ahorrar es vivir en otro tiempo, desahorrar es alojarse en un presente radical. Esa ha sido siempre la verdadera alquimia de la clase media argentina: su voluptuosa capacidad para transmutar la energía no en prosperidad, sino en permanencia. Mantenerse es su modo de avanzar.

En momentos como este, es necesario tener una fe a disposición, un espacio ancho y sereno de inocencia en el que no intervengan las razones y sea posible sobreponerse al sinsentido de la realidad.

El pelo corto, el cansancio estoico, la voz suave y sin titubeos no describen ni representan a esta mujer. Supongo que eso le pasa a todo el mundo, sentir que su madre no se parece a ningún sujeto del reino animal, vegetal o mineral. Mi madre es para mí una emoción que se cierra en sí misma, una energía infinita y sin metáfora.