Con el tiempo se pierde el ruido de los días, se vuelve difícil recordar con precisión cómo sonaba la vida cotidiana, cuál era la idea de silencio –cuál era el repertorio de sonidos que incluía el ruido blanco: los estornudos, toses, suspiros y bostezos, los autos y camiones pasando de largo, el esporádico voceo de vendedores y predicadores, el caprichoso rugido del refrigerador, las sirenas distantes, las alarmas y los pájaros que imitan las alarmas, las melodías silbadas o murmuradas, los temblores de las puertas, e incluso las palabras, las frases plenamente articuladas en tonos que no rivalizan con el silencio. Todo el mundo habla solo, por ejemplo. Eso nunca sale en las películas. En las películas que alguien hable solo parece intolerable. Todos hablan solos, pero si ven una película en que la gente habla sola, capaz que se retiren a la mitad, indignados, y vuelvan a sus casas a decir en voz alta, a nadie: qué mala la película.