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Pietro Citati

La muerte de la mariposa

En La muerte de la mariposa, Pietro Citati construye con absoluta precisión el esplendor y la caída de una de las parejas más exitosas y envidiadas del Hollywood de la década de los treinta: el escritor Francis Scott Fitzgerald y su esposa, Zelda Sayre. La gran complicidad de su relación fue un vínculo que duró toda la vida, pese al alcoholismo de él y la locura de ella, que, afectada de esquizofrenia, pasó la mayor parte de sus días recluida en clínicas psiquiátricas. «No hay nada sobre nuestros pies», escribió Fitzgerald cuando su relación con Zelda amenazaba con romperse en pedazos.

A Citati le bastan tan sólo unas pocas páginas para construir un retrato extraordinario sobre una pareja que hizo de su propia vida un experimento social y estético.

«Scott Fitzgerald […] tenía aún la técnica y el espíritu romántico para hacer cualquier cosa, pero desde hacía mucho tiempo todo el polvo había desaparecido del ala de la mariposa, aunque el ala continuó batiendo hasta su muerte.» Ernest Hemingway
87 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2017
Publication year
2017
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Impressions

  • Zulma Ríosshared an impression4 years ago
    👍Worth reading
    💡Learnt A Lot
    💧Soppy

    Me encantó este libro, curiosamente no he leído ningún libro de Fitzgerald, pero esta biografía sobre su relación con Zelda me encanta.

Quotes

  • Lucas Molina Munerahas quotedyesterday
    La narración de Suave es la noche, como la de El gran Gatsby, no se detiene nunca. A medida que va contando, Fitzgerald se desliza por los intersticios que hay entre las cosas: se mueve, ondula, flota. Todo es enormemente preciso y, al mismo tiempo, indeterminado. De ese modo, la realidad pierde peso, se vuelve ligera y transparente, aunque sucedan cosas terriblemente dolorosas: los hechos se desvanecen en la atmósfera, se convierten en aire, y las palabras, que pueden ocasionar la muerte, son pompas de jabón de colores. Los personajes primero son representados mediante pequeñísimas pinceladas; luego, Fitzgerald traza retratos casi analíticos de ellos, si bien al final se pierden de nuevo en el paisaje, en el aire mórbido, los setos umbríos, las flores y las notas de un piano.

    La luz es el apogeo de la vida. Todas las cosas despiden un destello de luz: las maderas barnizadas, los objetos dorados más o menos lustrosos, los de plata, los de marfil, las esquinas de los marcos, los bordes de los lápices y de los ceniceros, los adornos de cristal y de porcelana; la piel sonrosada y los ojos de las mujeres; los sentimientos y las sensaciones que vibran, febrilmente, entre las personas. La luz se desplaza, gira, se divide, se curva, se multiplica, crece y muere, impregna el color crema y el púrpura de la costa francesa, desea reflejarse en el agua del mar, en el rocío, en el viento, y en otras luces que intentan a su vez reflejarse en nuevas luces. Todos estos colores, personajes, luces, sentimientos, sensaciones y reflejos forman la estructura de la realidad: un «mosaico misteriosamente correlacionado» que pocos consiguen entrever. Suave es la noche no es sino eso: el descubrimiento de la estructura oculta de las cosas se convierte, entre las manos habilísimas de Fitzgerald, en la etérea arquitectura de un libro.
  • Lucas Molina Munerahas quotedyesterday
    Entre 1929 y 1931, Fitzgerald escribió algunos de sus mejores cuentos: «Una mala travesía», «La boda», «Dos errores» y «Regreso a Babilonia».
  • Lucas Molina Munerahas quoted2 days ago
    El 10 de abril de 1925, Fitzgerald publicó El gran Gatsby, que a T. S. Eliot le pareció «el primer paso adelante que la novela americana ha dado desde Henry James». Jean Cocteau lo leyó en la clínica, donde le consoló de horas penosas y dramáticas; dijo que era un libro «celeste» y que para traducirlo se necesitaba «una pluma misteriosa para no matar al pájaro azul». No sé si El gran Gatsby es realmente «un libro celeste» ni si en él se encuentra «el pájaro azul» de Maeterlinck. Fitzgerald tenía en mente el personaje de Lord Jim de la novela de Conrad, aquellas ilusiones y brumas, aquellos delirios y fracasos, y transformó maravillosamente, con toques prácticamente imperceptibles, la obra maestra de su maestro. También para Fitzgerald, como para Lord Jim, «las ilusiones proporcionan tal color al mundo que te da igual si las cosas son verdaderas o falsas, mientras reflejen algo de ese mágico esplendor». Admiraba el candor de Gatsby, su inocencia, su amor absoluto, que pretende fijar para siempre, inalterable e inalterado, lo que se ha perdido: la fe romántica en la irrealidad, la «promesa de que el peso del mundo» está «firmemente apoyado sobre el ala de un hada».

    Da igual que a Gatsby lo derroten, lo traicionen y lo maten; y que, junto con él, nuestras ilusiones y su magia sean pisoteadas por los hombres. «Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Da igual que nos rehúya: mañana correremos más raudos, alargaremos más los brazos, y un buen día...

    »Y así, seguimos remando, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.»

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