Comprendiendo la naturaleza privada de aquello, desvié los ojos y cerré el libro; puse todos los volúmenes en su lugar, excepto uno que me interesó y que, como suele ocurrir con los hombres estudiosos y de hábitos solitarios, me absorbió al grado de aislarme del mundo externo y hacerme olvidar dónde me encontraba.
Leía algunas páginas dedicadas a los “representantes” y “correspondientes”, según el idioma técnico de Swedenborg, y había llegado a un párrafo cuya sustancia era que los espíritus malignos, cuando vistos por otros ojos que no sean los de sus asociados infernales, se presentan, por “correspondencia”, en un aspecto horrible y atroz, en la forma de la bestia (fera)que represen