La mayoría de los palestinos, sin embargo, se oponían frontalmente a todos los aspectos de la propuesta, tanto la partición de su país como la creación en él de un Estado judío —por pequeño que fuera— y la expulsión de dicho Estado de la mayor parte de su población árabe. Más tarde, cuando la revuelta alcanzó su punto álgido, a finales de 1937 y comienzos de 1938, se produjo un conflicto interno aún más intenso entre los palestinos derivado de la agria división surgida entre los leales al muftí, que no apoyaban ningún tipo de compromiso con los británicos, y sus adversarios, liderados por el exalcalde de Jerusalén Raghib al-Nashashibi, que adoptaban una postura más conciliadora. En opinión de Isa al-Isa, las disputas internas entre los palestinos, que a finales de la década de 1930 produjeron cientos de asesinatos, minaron gravemente su fuerza. Él mismo se vio obligado a exiliarse a Beirut en 1938 después de que su vida se viera amenazada y perdiera todos sus libros y documentos al incendiarse su casa en Ramla. El incendio, que sin duda fue obra de los hombres del muftí, le sumió en una profunda amargura.[99] Si al principio la revuelta «iba dirigida contra los ingleses y los judíos» —escribió—, luego se «transformó en una guerra civil, donde los métodos de terrorismo, pillaje, robo, incendio y asesinato se hicieron moneda corriente».[100]