haciendo fila en él para cruzar a Estados Unidos. Sonreían al oficial de emigración justo al llegar a la garita, decían: vamos a visitar a unos parientes a Fontana, necesitamos un permiso. Luego el auto era desviado hacia un estacionamiento especial donde esperaban a que se acercara otro oficial y les diera la autorización. Llegaba aquel tipo, siempre era mejor que fuera hombre, las mujeres por lo general eran muy malas, hacían demasiadas preguntas. Qué niña tan delgada, qué piernitas tan flacas, enclenque hasta el fondo. Danya recordaba que bajaban del auto y eran encaminadas hacia una oficina donde casi siempre las preguntas iban dirigidas a su madre: ¿trabaja señora? ¿está casada? ¿esta niña es su hija? Una vez conseguido aquel papel amarillo, regresaban al auto, siempre sonriendo a los oficiales que encontraban en su camino. Algo que había aprendido de su madre era que la sonrisa era un buen augurio, la mejor manera de ocultar las cosas: caminar libres de pecado por el mundo.