Pero tenían suficiente comida y bebida para la cena, y como el niño estaba demasiado cansado y soñoliento para continuar el camino, Sita lo llevó hasta un peepul que asomaba por encima de una pared derruida, y después de darle de comer, extendió una manta entre las raíces de un árbol y le cantó una vieja canción infantil del Punjab: «Arré Ko-ko, jarré Koko, y esa canción de cuna tan amada que dice: