Siempre había sido consciente de que el pasado no moría sólo por desearlo. El pasado nos hacía señas: crujidos y chasquidos por la noche, palabras mal escritas, la jerga de la publicidad, los cuerpos que nos atraían y los que no, los sonidos que nos recordaban a esto o a lo otro. El pasado no era un hilo que dejábamos suelto a la zaga, sino un ancla. Ése era el motivo por el que te había buscado durante todos esos años, Sarah: no para obtener respuestas, pésames; no para cargarte con la culpa o urdir tu caída, sino porque, hace mucho tiempo, fuiste mi madre y te marchaste