Un hombre se sienta diariamente en la banca de un parque modesto a leer la sección de avisos clasificados del periódico. Puede o no ser un obrero desempleado que busca una nueva fuente de ingresos, un amante tímido que mata tiempo antes de su cita vergonzante, un padre que ha perdido a su hijo precisamente en ese lugar donde cumple un interminable duelo, un escritor que imagina las escenas de una obra de teatro.
Morirás lejos es una novela original conjetural y por lo tanto es simultáneamente estas historias y también la del hombre que se instala cada día en el parque y puede ser un justiciero que vigila los movimientos de otro hombre, llamado eme, que se esconde en una de las casas vecinas y que, como sospecha que es acechado, observa al otro detenidamente tratando de cerciorarse de sus intenciones. No estamos seguros de si eme es un criminal nazi, culpable de actos atroces, ni de si el otro, que permanece sin nombre, finalmente lo ha localizado en una paciente persecución que se prolonga ya por años.
La acción de Morirás lejos, esta inminencia fascinante que nos captura desde la primera página, sucede en unos pocos días. Pero este presente convoca un pasado que comienza muy lejos –en la guerra del Imperio Romano contra los judíos y la destrucción del Templo de Jerusalén— y que salta a la expulsión de Salónica, a la destrucción del gueto de Varsovia, para culminar en los campos de exterminio donde la Alemania nazi industrializó el genocidio.
Morirás lejos, la mejor de nuestras novelas experimentales, es un relato de una contención y una inteligencia estremecedoras, una obra maestra que después de muchos años llega a las manos de nuevos lectores que pueden gozar de esta pieza clave de la narrativa mexicana y latinoamericana.