El hecho de que tu padre me llame hija me exalta; él piensa que soy tu mujer, sabe que soy tu mujer, entonces es que no hay otra, solo yo, y esto, Diego, es para mí un infinito consuelo a pesar de tu silencio que atribuyo a tu exceso de trabajo, al cambio, a los proyectos emprendidos, a las largas discusiones que suscitas al atardecer; te imagino alrededor de una mesa intercambiando ideas, sacudiendo cabezas, obligándolos a pensar, inflamándolos con tu pasión, haciéndolos enojar también y luego explotando en cólera como explotaste cuando te dije que estaba embarazada y vociferaste, amenazaste con tirarte desde el séptimo piso, enloqueciste y me gritaste abriendo los dos batientes: «Si este niño me molesta, lo arrojaré por la ventana».