que el verdadero
rival,
las
fronteras
contenedoras, no son más que uno mismo. Siempre y solo el yo que está ahí, en la pista, y allí se le debe combatir y se le debe llevar a la mesa para fijar los términos. El chico rival del otro lado de la red no es el enemigo: es más bien tu pareja en el baile. Él te sirve de excusa u ocasión para afrontar al yo. Y tú eres la ocasión de él. Las infinitas raíces de la belleza del tenis son autocompetitivas. Compites con tus propios límites para trascender al yo en imaginación y destreza. Desapareces dentro del juego: traspasas límites, trasciendes, mejoras, ganas. Por eso el tenis es una empresa esencialmente trágica: crecer y mejorar como un junior serio, ambicioso. Intentas liquidar y trascender al yo limitado cuyos límites son los que hacen posible ese deporte en primer lugar. Es trágico y triste y caótico y hermoso. Toda la vida es igual, como ciudadanos del Estado humano: los límites animados están dentro para ser eliminados y llorados una y otra vez