Pero ella siguió hablando y me di cuenta de que se sentía o creía ser, o debería decir que ella era, parte del jardín, parte del liquidámbar y de los álamos, parte de las hormigas y los cascarudos, las babosas y caracoles y grillos y cigarras, de la noche y del día como eso que giraba envolviéndonos. Las estrellas eran parte de ella como lo eran las líneas negras que salen egipcias del rabillo de sus ojos verdes, dorados. La brisa, la luna, el barro. Ella es una parte y eso la hace ser el jardín entero y el baldío de al lado y el barrio y el mundo alrededor y todos los otros gatos que son y que fueron.