Los amores extraños, los incomprensibles (¿hay de otros?), la ternura sórdida y la desesperanza, la simulación y la mentira para sobrevivir a corazón abierto, la fantasía como refugio y escondite, el vómito psicoanalítico, el amor desmedido que acaba en un abrazo fúnebre, el panteón en que se ama en la miserable ciudad, el sabor del cuerpo, la identidad perdida y buscada, y el recorrido por el interior femenino como si se tratara (¡que sí!) de un campo minado de cicatrices, contradicciones, entumecimientos, monotonías, desilusiones, en un laberinto donde todos los senderos conducen a la palabra “escape”, una forma de muerte o la muerte misma: sopa de a-diario, menú único. Y detrás de todo, una clave a la que nos conduce el olor que permite llegar al sabor: el hogar. En todos los sentidos emocionales e intelectuales del vocablo, del boca-hablo: casa, familia, amor, fuego, fogón: alimento, en suma.