Aunque en la casa había siempre mucha gente, para llenar aquella soledad tan profunda que sentía en medio del ruido, poblé todo aquel campo de personajes y apariciones casi míticos y sobrenaturales.» Estas palabras de Reinaldo Arenas, escritas en otro lugar, nos dicen que Celestino, el niño de esta historia, no es otro que su alma gemela. Para Celestino, su casa también es un endiablado enjambre; tampoco su madre y sus abuelos entienden por qué no cesa de escribir por todas partes, hasta en las hojas de los árboles; a él también le gritan y amenazan mientras se hostigan entre sí. No en vano, cuando el narrador se asoma al pozo de la casa, ve reflejado a Celestino. Ambos gustan de poblar el mundo que les rodea de fantasmagóricos espíritus, seres y hechos extraordinarios, que habitan también sus escritos, refugio de su insufrible pobre realidad.