Era aterrador ver a tus padres encogerse, reducirse, volverse más pequeños que uno mismo. Tener que intervenir y comportarse como adultos con aquellos a quienes, de pequeños, veíamos como infalibles, inquebrantables. Aunque, en la edad adulta, ya no ve uno a sus padres como seres divinos con respuesta para todo, pero resulta doloroso verlos perder la fuerza que un día poseyeron.